Salvaje mundo feliz-Cristina Gutiérrez Mar

Érase una guerra del fin del mundo que tuvo como inicio un copretérito repleto de quejas, la inducción al laberinto de la soledad. La gente habitaba en casas de los espíritus como almas muertas. Parecía Comala con seres Frankenstein envueltos en la metamorfosis del irónico mundo feliz.

 Y es que cuando el día era perfecto para el pez banana, el lobo estepario llegó por el túnel entre el silencio de la luna, colmando de crimen y castigo a las ciudades invisibles pobladas por los miserables.

 Después de un tiempo, en la insoportable levedad del ser, la hora de la estrella trajo de vuelta al conde de Montecristo, que incluso se llevó las ilusiones perdidas sobre los huesos de los muertos.

 Entre el movimiento perpetuo, el Principito recitó veinte poemas de amor y una canción desesperada en el sueño de una noche de verano. Habiéndose cumplido la profecía celestina de que la fugacidad del placer sorteó a la extinción del amor; sucedió que cuando los humanos despertaron, el dinosaurio seguía jugando rayuela en el paraíso imperfecto.  

 ¿Quién dijo que leer en el confinamiento el libro Salvaje de Juan Villoro no era divertido?