Sus ojos no paraban de recorrer las letras y su cerebro inició un extenuante trabajo de imaginación que lo llevó desde la sorpresa, hasta los inauditos límites de la cordura. No comió ni bebió, llevó a su cuerpo al verdadero extremo. Pasaron minutos, horas, días y entonces perdió la noción del tiempo. Viajó por valles, praderas, galaxias, mundos.
Para cuando volvió a la tierra y concluyó el último libro, ya no podía distinguir entre la realidad y la fantasía. Habían pasado meses. Un virus se multiplicaba en el ambiente, nadie quería salir de su casa, se evitaba el contacto físico a toda costa, se obligaban a usar mascarillas. Él detuvo al primer transeúnte y le preguntó ¿disculpe, en qué novela estamos?
]]>Y es que cuando el día era perfecto para el pez banana, el lobo estepario llegó por el túnel entre el silencio de la luna, colmando de crimen y castigo a las ciudades invisibles pobladas por los miserables.
Después de un tiempo, en la insoportable levedad del ser, la hora de la estrella trajo de vuelta al conde de Montecristo, que incluso se llevó las ilusiones perdidas sobre los huesos de los muertos.
Entre el movimiento perpetuo, el Principito recitó veinte poemas de amor y una canción desesperada en el sueño de una noche de verano. Habiéndose cumplido la profecía celestina de que la fugacidad del placer sorteó a la extinción del amor; sucedió que cuando los humanos despertaron, el dinosaurio seguía jugando rayuela en el paraíso imperfecto.
¿Quién dijo que leer en el confinamiento el libro Salvaje de Juan Villoro no era divertido?
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Ella me esperaba sentada, con todo el cuerpo tiritando:
—¡Hoy quiero un viaje submarino! —me dijo muy emocionada.
Ya no había preocupaciones, ella tenía mucha experiencia, desde que esto inició con cuarenta y hoy ya hemos perdido la cuenta, habíamos hecho varios viajes: uno a la isla misteriosa, en otro le dimos la vuelta al mundo en ochenta días y el último fue un viaje al centro de la tierra. Todo sin salir de nuestra casa de vapor, ésta que está ahora en una ciudad flotante.
Parece que, a pesar de la desgracia, habíamos cobrado un billete de lotería, pues ella estaba feliz de escucharme y yo muy contento por pasar más tiempo con ella, leyéndole todas estas aventuras.
]]>Por la mañana sintió el cuerpo cortado, junto con los escalofríos, la imagen de Gregorio Samsa, le absorbió el pensamiento. ¿En dónde estoy?
Buscó su reflejo en la puerta de la lavadora para descartar cualquier semejanza con algún insecto, que no encontró. Gracias a la luz de las siete que baña con ganas la pared de la entrada, reconoció su sombra elevarse por ocho dedos que lo catapultaron, dejándolo pegado como insecto en parabrisas, sobre un rostro. Había ganado curvas y un par de alas elásticas: ¡Era una especie de guante facial! Al salir de casa respiró nuevos aires, su metamorfosis lo convirtió en el artículo más usado en la cuarentena, sin ocultar su sonrisa supo que ¡Nunca más dormiría en el clóset de blancos!
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