La próxima vez que vengas El laberinto del Rock and Roll - ALEJANDRO GIACOMÁN

UNA CRÓNICA PERSONAL DE LECTURA 

 

Pertenezco a la misma generación de Prepa que Alejandro Giacomán, si bien hasta este momento nunca habíamos intercambiado palabra. O quizás sí: unas líneas por correo electrónico cuando murió nuestro querido amigo en común, José Manuel de Rivas, hace más de veinte años. Pero nunca fuimos ni siquiera cuates, quiero decir: esta lectura no parte de afectos, lealtades o pertenencias, sino de una sincera mirada como escritora y como contemporánea juvenil del autor, que espero ponga algunas pistas sobre el tablero de sus futuros lectores y les motive a aventurarse en el viaje que nos propone. Recuerdo, sí, la banda sonora que compuso Giacomán para un personalísimo audiovisual de José Manuel sobre la alquimia —ya desde la adolescencia parecía destinado a crear música fílmica, como ha hecho para casi setenta películas a la fecha, aunque en 1980 nuestras posibilidades estuvieran limitadas a algunas transparencias y un cassette—, y también lo ubico como parte de Bon y los Enemigos del Silencio, entre otras bandas juveniles. Después le perdí la pista hasta ahora, que tuve la oportunidad de conocer el backstage de La próxima vez que vengas para aportar una opinión termómetro a Marisol Pons, la editora a cargo del proyecto. Su entusiasmo fue compartido por mí una vez que empecé a leer el libro: quedé maravillada de que alguien a quien recordaba por su talento y creatividad musical fuera capaz de haber tenido escondidos por ahí —¡y durante tanto tiempo!—clarísimos dones narrativos. Sobre todo, una voz propia y franca, y que los sacara a escena a estas alturas como si se tratara de un nuevo teclado o sintetizador. Fue de pronto que el libro me atrapó, cuando empecé a vislumbrar un mundo conocido, una época, un ecosistema casi extinto: los años ochenta en un circuito bastante subterráneo y agitado de la Ciudad de México. Circuito que supo ser refugio de la diferencia —eran épocas sin marchas del Orgullo Gay ni #MeToo ni modelos alternativos de prácticamente nada, y por supuesto sin internet ̶  como también fue caldero de cocción de movimientos culturales, encuentro de personalidades creativas y cañón propulsor de lo mejor del rock mexicano, que por aquellos tiempos no tenía el menor espacio (ni siquiera se podía hablar de «rock»,una palabra censurada en la práctica). Y Giacomán como músico, por ese entonces rockero, tuvo acceso de testigo privilegiado a aquel despegue, pero creo que una enorme parte del embrujo de esta novela viene de su nata destreza para conectarse con las escenas narradas desde todos los sentidos de la percepción, lo que las hace más vivas. Por momentos nos parece cine; no pierde el cuerpo, la encarnación de lo que cuenta, aunque tampoco se prive de reflexiones. 

 

Llegó un momento en que tuve que parar la obsesión con el libro pues hasta se me estaba atrasando la chamba por seguir leyendo cual junkie adolescente: quería seguir redescubriendo mis capas geológicas ya perdidas, quería entender más, quería tomar como perspectiva treinta años y un giro copernicano tecnológico para vislumbrar qué fue lo bueno de aquel momento de incubación y comienzos, qué fue también lo terrible, lo precario, la expectativa casi nula de mercados a pesar de formar parte de un país gigante, y los sueños de algunos necios que por suerte persistieron. Es una obra auténtica, inteligente, de esas que hay que celebrar su salida al mundo como también el entusiasmo de Bonilla Artigas Editores, que hoy la ponen al alcance de ustedes, los lectores.

 

Para sumergirse en su universo, nada mejor que los tres epígrafes que abren el portal. Por acertados e imprescindibles, y porque cada uno va anticipando los tres temas pilares de este libro: Andy Summers, de The Police, sobre LA BANDA; Jack Kerouac, poeta beat, sobre LA CHICA; y Malcolm de Charal, escritor y pintor —como Giacomán, artista de dos artes—, sobre LA MEMORIA Y EL INCONSCIENTE.

 

 

LA BANDA

 

Dice Andy Summers que ser parte de una banda se trata de esforzarse, ansiedad, humor negro, ego, paranoia, celos, mezquindad, rivalidad, esperanza, alegría, depresión, camaradería, y que todo esto está simbolizado por… «playeras / diseño chafa / deslumbrante publicidad en prensa de mierda / manipulación corporativa / lujuria declinante / pago del pacto fáustico... la ocasional playa tropical...». Alejandro Giacomán pintará esto muy bien en versión mexicana y con creces, pues pasa por su experiencia directa; si bien se trata de una novela de ficción y no de un documento, la materia prima de lo autobiográfico —propia o de primera línea—se entreteje con la imaginación y las propuestas que van emergiendo por cuenta propia de la historia ficticia. Y no solo será interesante para las generaciones involucradas con los años ochenta: algo que este libro va poniéndonos a la vista al hacer su relato es la virginidad tecnológica en la que se vivía en aquella época (incluso cuando el personaje principal, Gav, es un tecladista e ingeniero joven que nunca nos escatima la «ficha técnica» y las características de los teclados, consolas y cajas de ritmos que lo ocupan: no es ningún negado tecnológico, es un conocedor, pero de lo que se trata es de la propia limitación del momento). La tremenda falta de acceso a la información, a diferencia de la autosuficiencia autodidacta de nuestros días, sea con YouTube, tutoriales, web, infinita discoteca de Spotify, GPS y mapas en ciudades extrañas, cineteca personalizada en Vimeo…Aquel que va hoy a un show en vivo ya lo vio trasmitido live por miles y miles de celulares desde auditorios de otras ciudades: ya espió la misa antes de la iniciación ritual y nada lo sorprende. En La próxima vez que vengas, todo lector—según el caso— tendrá la oportunidad de conocer o recordar el mundo analógico del que venimos y que no está todavía tan lejos, así como disfrutar de la mirada del escritor testigo, a veces irónica y hasta humorística, otras tantas implacable, pero que siempre termina rescatando la totalidad humana de sus personajes.

 

 

LA CHICA

 

Aunque parezca extraño, esta también es una historia de «Boy meets girl», solo que con características muy particulares. La inusual combinación del introvertido y algo nerd músico Gav con la vistosa, popular y reventada Carolina nos pone sobre la mesa varios temas, como la atracción que a menudo sentimos aquellos buenos ciudadanos, aplicados, abanderados y responsables por los ángeles caídos, el chico de la moto, la chica dealer. Proyección de nuestra propia Sombra sobre el otro. Adicción que no es a las sustancias sino a las personas, al peligro, a que nos saquen de nosotros mismos. La vida con Carolina es como subirse al cortejo de Dionisos calzando las zapatillas rojas del cuento, hasta que nos corten las piernas o nos descuarticen las bacantes. Es un personaje que de ningún modo les pasará desapercibido.

 

LA MEMORIA Y EL INCONSCIENTE

 

Por último, en una generación que no tuvo acceso a las selfies ni a registros objetivos —apenas quedan unas cuantas fotos y videos por ahí—, la memoria de sus protagonistas es la única posibilidad de recuperar ambientes, situaciones, esencias, así sea desde la subjetividad del rearmado de los recuerdos. Todo es una nueva construcción que hace la mente con los episodios que nos contamos mil veces a nosotros y entre nosotros. Esta no es una historia lineal: el lector tiene que pensar en abordarla saboreando cada uno de sus 63 minicapítulos breves como quien disfruta de una caja de chocolates finos surtidos o, en una cata, prueba distintos vinos de crianza, uno a la vez. Aunque las viñetas y escalas se deslicen a lo largo de varios años sin seguir una cronología progresiva, confíen en que la historia se irá contando, los personajes se irán delineando, y el incipiente movimiento del rock mexicano de aquellos 80s—contracultural, salvaje, divertido, imparable—, aquella semilla incubada en la oscuridad, aparecerá contra todo pronóstico comercial, desconfianza oficial, poca valoración de lo hecho en el país, nula perspectiva de proyección profesional. Terminará brotando en el libro, como lo hizo en la vida, floreciendo y multiplicándose en ramas que aun hoy no han dejado de dar fruto. Y eso se lo debemos, en gran parte, a bandas y personajes como los que va construyendo y rescatando Giacomán a lo largo de esta novela. Aquellos que se jugaron todo para hacer realidad lo que parecía ser, en aquel entonces, una mera quimera al sur del Río Bravo.*

 

*Gabriela Onetto (Montevideo, 1963). Es licenciada en Filosofía por la Universidad de la República; en México, donde vivió dos grandes períodos de su vida, estudió en el Colegio Madrid(CDMX). Dirige talleres de creación literaria desde el 2001, presenciales y por internet. PublicóEl mar de Leonardi y otras humedades (Banda Oriental, 1998), Montagú (Trópico Sur, 2014) y Espiar/Expiar (Banda Oriental, 2015); sus textos literarios aparecen también en varias antologías y revistas. Entre otros reconocimientos, obtuvo los premios Juan Carlos Onetti en poesía (2014) y Narradores de la Banda Oriental en narrativa (1997); también fue becaria en Letras del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Guanajuato (2003). Su sitio web: www.onetto.net