Sobre si los libros deben huir de una pandemia-Ian Emmanuel Ballardo Oviedo

Una pandemia, como un caballo emponzoñado, se conduce por su jinete apocalíptico, que es la Muerte. Pero con la muerte la memoria se petrifica en historia. En el año de 1527, una pandemia dejo una abertura en la memoria del hombre: la peste bubónica azotó la época de Martin Lutero. El reformador alemán exhortó con una epístola a no abandonar las trincheras de las iglesias y de los hospitales. La carta posee el supuesto nombre “Sobre si se debe huir de una plaga mortal”. La escritura de esta carta es la evidencia del padecimiento, su lectura es un acto de incitación y compasión: aquí escribimos porque aquí sufrimos.

Con el asesinato nietzscheano de Dios, ahora son los avances de la ciencia y la tecnología los que se encuentran en el actual asedio contra un vástago de la peste: el COVID-19. El panorama presente nos coloca en una guerra que se gana desde casa. Confinamiento: el mejor ataque es no atacar. No imitamos la osadía de Lutero, pero sí utilizamos su estrategia: la escritura y la lectura: intento de trascendencia, ventaja sobre la muerte.

 Muerte o continuación, pandemia o romance, confinamiento o libertad. Así es la literatura: facultad de elección, superación de la realidad. Octavio Paz no se conformó con la realidad de la muerte. En su Piedra de sol, la vida no se extingue, se recrea en su repetición: el polvo regresa a su estado de piedra. Para el poeta, la muerte es posibilidad y alternativa: “[…] otra vida, / otras nubes, morirme de otra muerte!”. Elegir nuestro verdugo; es más, como Gabriel García Márquez, elegir también nuestra propia pandemia: el cólera que dejó un navío en cuarentena. Florentino Ariza y Fermina Daza eligieron la enfermedad del romance, bajo la suposición de que “los síntomas del amor son los mismos del cólera”. El amor es la única pandemia que no necesitaría cura. Por lo tanto, el confinamiento es un paraíso para el amor: el encierro que desata la libertad. Jorge Luis Borges lo afirmaba en los ilimitados corredores de su biblioteca. En esa libertad acumulada, Borges escribió, en El Oriente, una sentencia que nosotros, en pleno aislamiento, adoptamos: “¡Cuánta invención para poblar el ocio!”.

 Pensamos que la hora del juicio se aproxima. La Muerte, desde tiempos de Caín, siempre ha sido indetenible. El pánico sólo es una respuesta de sobrevivencia, un impulso que nos orilla al confinamiento. Pero la literatura no cubre bocas: el COVID-19 no anula los deberes de los libros. Ellos, tan acostumbrados al encierro de las bibliotecas, a las epidemias del fuego y el polvo, han sobrevivido. Ni refugio ni trinchera: los libros han hecho, de nuestros hogares, un búnker de símbolos, una fe sin hoguera. Más lectura, más resistencia. Por ello, la literatura nos conservará humanos: aquí sufrimos, aquí escribimos